jueves, 23 de abril de 2015
Guía para ver y analizar: Los siete samuráis. Akira Kurosawa (1954).
A través de google books tenemos acceso a algunas de las páginas del interesante libro escrito por Antonio Joaquín González Gonzalo Guía para ver y analizar: Los siete samuráis. Akira Kurosawa (1954). A falta de hacerme con el libro completo, los capítulos disponibles incluyen curiosas anécdotas relacionadas con el film y anécdotas sobre su creación. Aquí dejo la dirección al enlace.
jueves, 16 de abril de 2015
Kendo: El legado del samurái.
El Kendo es un arte marcial japonés considerado heredero del estilo de combate de muchas escuelas de esgrima clásica japonesa. En ellas se entrenaban los famosos guerreros samuráis en el arte de la espada o Kenjutsu. Con el fin de investigar su enfoque y tratamiento en el terreno audiovisual recopilo aquí una serie de documentales y vídeos sobre dicha disciplina.
martes, 14 de abril de 2015
Guía para ver y analizar : Los siete samurais. Akira Kurosawa (1954).
Escrito por Antonio Joaquín Gonzalez Gonzalo, se pueden leer fragmentos del mismo en este Enlace a google books.
El movimiento de cámara del maestro Kurosawa
El videoensatista Tony Zhou analiza se encarga de analizar en ocho minutos los tipos de movimiento más relevantes en sus películas. Además, incorpora breves entrevistas con Sidney Lumet, Robert Altman y Paul Verhoeven.
domingo, 12 de abril de 2015
Naomi Kawase
Investigando algunos de los trabajos de Naomi Kawase, directora
nipona principalmente reconocida por sus obras de corte documental, se puede ver cómo trabaja la idea de lo cotidiano desde una perspectiva puramente
japonesa. La relevancia del sonido ambiente se combina a veces con voces en
off que, como sucede en Katatsumori (pieza
que se centra en la relación con su tía abuela, encargada de criarla tras el
abandono de su padre cuando todavía era una niña) acaba por generar piezas cargadas de nostalgia que al contrario que Yasujiro Ozu rueda con cámara en
mano.
Ran
Ran (1985, Akira
Kurosawa)
Breve sinópsis:
“El gran señor Hidetora Ichimonji siente que ya tiene la suficiente
edad como para ceder su trono y parte de sus posesiones a sus tres hijos, Taro,
Jiro y Saburo. A partir de este momento
lo único que desea es vivir como un honorable invitado en los castillos de cada
uno de sus vástagos, a quienes pretende visitar uno a uno. Mientras los dos
hijos mayores celebran la decisión paterna, el más joven intenta advertir del
peligro que supondrá repartir el poder para la unión de sus tierras en el
futuro, y su actitud empuja a su padre a repudiarlo. Sin embargo, al final las
palabras del hijo más joven se hacen realidad, cuando los dos hijos mayores
intentan robarle a su padre todas sus pertenencias, para luego acabar con él.
En adelante, el Gran Señor sufre un gran deterioro psíquico que casi le conduce
a la locura y que hace que su hijo más joven intervenga en su favor,
demostrándole de ese modo su lealtad…”
Akira Kurosawa llevaba muchos años intentado realizar Ran, desgraciadamente su país había caído
en desgracia y la mala fortuna le acompañaba tras el fracaso en taquilla de Dodeskaden (1970, Akira Kurosawa), la primera película a color del director
que narraba las desventuras de un grupo de vecinos de los barrios bajos de Tokio, que usan
la imaginación para enfrentarse al desolador panorama de miseria y alcoholismo
en el que viven. Ni siquiera la popularidad de El cazador (Dersu Uzala, 1975, Akira Kurosawa) consiguió que los
productores japoneses quisieran invertir dinero en sus proyectos. De igual
modo, el elevado nivel de majestuosidad y espectacularidad que terminaba por
exigir conllevaba consigo elevados costes de producción. Sin ir más lejos, en Ran fue necesaria la construcción de un
castillo clásico japonés para rodaje de una única escena en la que debía
consumirse a cenizas. El hecho de que otro de sus films, Kagemusha (1980, Akira Kurosawa) resultó no alcanzar todo el éxito
esperado pese a la colaboración con Francis Ford Coppola y George Lucas, le complicó
aún más el camino para desarrollar Ran. Y
es que, tras la producción de este ansiado film, sería Steven Spielberg quien le
ayudaría a realizar Los sueños (1990,
Akira Kurosawa), antes de volver a presupuestos más modestos, que sin
embargo no le impidieron rodar películas como Rapsodia de agosto (1991, Akira Kurosawa), para la que contó con un
cameo del actor Richard Gere.
El
cineasta japonés tenía setenta y tres años justo cuando se disponía a dirigir Ran, y ya era mucho más popular en
Europa que en Asia, quizás sea eso lo que explique que casi todas sus últimas
películas fuesen coproducciones apoyadas por capital extranjero. Para realizar Ran, necesitó el apoyo de Serge
Silberman, el productor de casi todas las películas de la etapa francesa de
Luis Buñuel. Y el resultado fue, según confesión del propio director japonés,
el mayor triunfo artístico de su
carrera, su obra cumbre.
Si
en Trono de Sangre vimos como
Kurosawa jugaba con la relación de fugacidad propia del teatro Noh, en Ran pidió a los actores que, para
desplegar los complejos lazos familiares que acontecen en el film, ofreciesen
interpretaciones poco naturales que se ajustaran en mayor medida a las técnicas
propias del teatro Kabuki. Un teatro que resulta mucho menos dramático de forma
inmediata pero mucho más doloroso cuando una escena se carga de dramatismo. No
obstante, la película está llena de la grandeza que caracteriza los trabajos de
William Shakespeare, en los que los personajes nunca son simples estereotipos y
siempre desvelan profundas contradicciones.
Resulta
evidente que si la película de Kurosawa está hecha, sino para ser una obra
maestra incontestable, al menos para llevar impresas las señas de una obra
maestra. El derroche a lo largo de su montaje es obvio, apreciamos como los
elementos ornamentales han sido elegidos con primor: la luz, los colores, y la proporción
son irreprochables; los movimientos
recuerdan una brillante coreografía; los ecos Shakesperianos de la historia;
entre los intérpretes hay grandes estrellas del cine japonés (Tatsuya Nakadai,
Akira Terao, Yoshiko Miyazaki, etc.); la abrumadora espectacularidad durante
las batallas… Un sinfín de detalles que no hacen sino encumbrar en lo más alto
una de las producciones más sobresalientes de la historias del cine.
jueves, 9 de abril de 2015
El ritmo de Yasujiro Ozu
Continuando con el proceso de investigación y una vez adentrados
en el cine clásico japonés es imposible
no citar a Yasujiro ozú. Su obra Cuentos
de Tokio (1953) ocupa la primera posición en el ranking de mejores
películas de todos los tiempos de la prestigiosa Kinema Jumpo (revista de cine
nipón).Reconocido y aclamado por su gramática cinematográfica quiero mostrar un
pequeño extracto de la película Buenos
días (1959). Ni un solo movimiento de cámara, ni un solo primer plano y un tempo que fluye perfectamente bien.
Análisis/Ensayo Trono de Sangre (1957, Akira Kurosawa)
Trono de Sangre (1957, Akira Kurosawa):
Breve
sinopsis del argumento:
“Tras sofocar un
rebelión, el feroz y victorioso guerrero Taketoki Washizu acude a recibir los
honores de su clan. Le acompaña el valeroso samurái Miki. En el camino se topan
con el espíritu del bosque, que desvela a Washizu su destino: Primero será
Señor de la Mansión de Occidente y, después, General. Pero su estirpe perecerá
con él. Miki, por su parte, sufrirá una muerte violenta pero su hijo llegará a
gobernar el feudo. Las profecías del espectro se van cumpliendo punto por
punto.”
Puestos
a comentar la obra, ésta comienza con
los sucesivos planos de un castillo en ruinas que se oculta bajo una densa
neblina. La acción se acompaña con el triste canto de unos monjes que anticipan en buena medida el tema de la
película con la siguiente frase “El
camino del mal es el camino de la perdición”. Evidentemente, se trata una
tragedia. Y es que Kurosawa deja bien claro que, debido a la ambición suprema,
los actos malvados conducirán al hombre a la perdición y la destrucción.
En esta
película el director se encargó de adaptar al terreno audiovisual el clásico de
William Shakespeare Macbeth. Tal era
su pasión por la obra del dramaturgo anglosajón que en 1985 adaptaría de igual
modo El rey Lear en su archiconocida Ran (1985) consiguiendo que ambas películas
se ganasen el reconocimiento como las mejores adaptaciones cinematográficas de
dichas obras.
Al
contrario que sucede en obras como
Yojimbo o Los siete samuráis,
cuyos protagonistas son samuráis vagabundos y empobrecidos, aquí nos
encontramos en el terreno de los grandes señores feudales o damiyos. La
historia tiene lugar en el siglo XVI, época dónde los distintos Damyos (señores
feudales) se disputaban continuamente el dominio territorial para finalmente
conseguir la unificación del país.
Una
de las particularidades del film, es la impecable traducción que hace Kurosawa
del mundo dramático de Shakespeare a un entorno completamente japonés y
especialmente vinculado al teatro Noh. Crea pues una perfecta amalgama entre el
teatro clásico isabelino y el teatro clásico japonés. Y lo cierto es que el
resultado se combina muy bien, el teatro japonés Noh es también trágico, grave
y en el que se ilustran todas las ambiciones y codicias del ser humano. Además,
ante todo, el teatro Noh se caracteriza por ser el teatro de la fugacidad. Todo
es frágil, nada es permanente, todo es pasajero, idea que sobrevuela la
película desde el comiezo.
Otra
particularidad más es la presencia de lo sobrenatural en la historia. Kurosawa
reduce el trió de brujas que anuncian el destino de Macbeh a un único espectro, el espíritu del bosque. Y es que la
importancia visual del bosque en esta película es notable. Al igual que también
sucede en Rashomon o Dersu Uzala, es un laberinto en el que
lo personajes se pierden, donde acaban completamente confundidos y terminan
enfrentándose a su némesis. De igual modo es muy curiosa la iconografía con la
que aparece representado dicho espíritu, que responde también a las
convenciones del teatro Noh. Es muy atractivo el momento en el que éste aparece
rulando la rueda de la fortuna, una rueca que simboliza la misma rueda de la
vida, que además también guarda relación con las mitológicas parcas griegas que
tejen y manipulan el hilo de la vida. Kurosawa refleja en este espíritu la idea
de la fatalidad.
Respecto
a la importancia del bosque, Japón ha sido siempre un país especialmente
vinculado a la naturaleza y muy agradecido a ella por el suministro de
alimentos tan básicos para su cultura como el arroz. Esto les ha llevado a
dotarlo de una figura o alma a la que poder venerar. Años más tarde, el
reconocido director de animación Hayao Miyazaki, también presentará en su
película La princesa Mononoke (1997) un
espíritu del bosque como una criatura similar a un ciervo que constituye una
mezcla de todos los animales que habitan en él.
Como
decía anteriormente la película enfatiza continuamente el sentimiento de que todo
es pasajero, un memento mori que nos
recuerda que nada en esta vida es permanente. Sin ir más lejos, la propia cabaña donde se persona el espíritu
del bosque surge de entre la espesura y presenta a sus pies los cadáveres de
valerosos guerreros con sus espadas que, aun creyéndose invencibles en sus
tiempos de gloria, ahora no son más que un pila de desechos bañados en polvo.
Incluso se podrían establecer correlaciones con algunas de las pinturas
españolas del siglo XVII, como por ejemplo con este In Icto Oculi de Valdés Leal. El esqueleto permanece en pie con
todas las riquezas humanas a sus pies. Una metáfora pura y dura de la fugacidad
y la fragilidad de la vida.
Finalmente,
y como comentaba al inicio, Kurosawa consigue adaptar de manera brillante el
clásico de Macbeth. Y buena parte de su secreto fue el evitar copiar
literalmente el argumento original y tratar de orientalizar su historia. El
director se preocupó especialmente por destilar la obra de William Shakespeare
y llevarla a su propio territorio. Creó una obra esencialmente japonesa pero,
al mismo tiempo, absolutamente universal.
Análisis/Ensayo Los siete samuráis (1954, Akira Kurosawa).
Los siete samuráis (1954, Akira
Kurosawa).
“Japón, siglo XVI. Una aldea de campesinos indefensos
es repentinamente atacada y saqueada por una banda de forajidos. Aconsejados
por el anciano del pueblo, acuden a la ciudad con el objetivo de contratar a un
grupo de mercenarios que asegure su protección. A pesar de que el único salario
es comida y techo, varios samuráis se van incorporando al singular grupo de
siete que finalmente se dirige a la aldea para protegerla.”
Esta obra
fue increíblemente conocida durante la época de su estreno. Se convirtió en un
auténtico éxito de taquilla en Japón y, a pesar de sus los costosos gastos de
producción y del largo tiempo que requirió el rodaje completo (cerca de un año aproximadamente),
la película logró recaudar holgadamente todo el dinero y generó una gran
cantidad de beneficios. Además, fue un film
muy bien recibido por la crítica. Llegó a obtener la tercera posición en
el palmarés del Kinema Junpo de aquel
año (Prestigiosa revista de cine nipón). En cualquier caso, el film se ha
afianzado como una de las obras maestras fundamentales de la filmografía de
Akira Kurosawa.
En cuanta a
la trama, podemos apreciar que no se trata de una historia especialmente
rebuscada, sino de todo lo contrario, bastante sencilla. Y que a priori no
justifica los más de doscientos minutos que componen la obra. Kurosawa no se
preocupó de crear tan solo un simple Jidaigeki
(drama de época), o lo que es lo mismo, un gran espectáculo lleno de acción,
aventuras y batallas. El cineasta mostró un especial interés por la
construcción de una serie de personajes que armasen el film. Como bien dice el
título, la historia gira en torno a siete samuráis, siete figuras muy bien
trabajadas individualmente y cuyas relación formal dentro de la ficción también
está muy elaborada. En este sentido, tanto Kurosawa como su equipo de
guionistas, se esforzaron sobremanera por dotar a cada uno de ellos de una
entidad, una corporeidad humana que resultase creíble al espectador. Así uno de
los puntos fuertes de la película es el rico trenzado de relaciones entre los
definidos personajes, que a su vez también se vinculan con los campesinos e
incluso con el malvado grupo de bandidos.
La película
presenta varias singularidades. La primera de ellas se encuentra en el propio título Los siete samuráis (shichi-nin no samurai). Siendo estrictos, cada
uno de los protagonistas que aparecen en este relato realmente son lo que los
japoneses calificarían como ronin, un
samurái vagabundo sin señor feudal al que servir. Hombres empobrecidos y de una
clase baja que prestan su talento con la espada al mejor postor. Sin embargo,
como ya he mencionado, la película los reconoce como samuráis, y es que durante
la toda la ficción asumen ese rol. De principio a fin van a hacer propio el
sentido de la justicia de un samurái, el sentido del honor, el sentido del
deber, el sentido de la entrega y la excelencia propio de dichos guerreros.
El famoso Toshiro
Mifune se trató siempre del actor fetiche de Kurosawa. Especialmente en estos
años el artista atravesaba uno de los
momentos más álgidos de su carrera, se encontraba en un auténtico estado de
gracia. Todo esto y mucho más le llevaron a encarnar al personaje de Kikuchiyo,
el protagonista de la historia. Personaje que, pese a todo el drama y gravedad
que acusa la película, brota del camino para aportar el contrapunto cómico, o
mejor dicho tragicómico a la escena. Él solo se encarga de insuflar a la obra
esa necesaria compensación cómica. Kikuchiyo se erige como un personaje libre,
cínico incluso amoral, que durante la mayor parte del film ve como sus
compañeros le rechazan una y otra vez. Llama la atención como siempre se encuentra
exteriorizando sus emociones y haciendo aspavientos además de mostrarse
especialmente crítico con los campesinos. En este sentido se llega incluso a
recuperar la figura clásica del bufón, literalmente tomada de Shakespeare, que
Kurosawa volverá a retomar y a trabajar más específicamente en Ran (1985). Todo esto se encarga también
de que los personajes principales adquieran una necesaria templanza. Templanza
capaz de humanizar la gravedad de la situación y de dotar de un aire más jocoso
y más próximo a la cotidianeidad real.
Como bien he
dicho anteriormente, pese a que los personajes principales no podrían
considerarse oficialmente como samuráis sí que asumen dicho rol durante film. De
igual modo los indefensos campesinos asumen virtualmente el papel de poderoso
señor feudal que da cobijo y ofrece parte de sus beneficios a sus guerreros.
Kurosawa se encarga aquí de realizar una radiografía muy curiosa de la figura
del campesino. No se trata de personajes inocentes y puros que
despreocupadamente labran la tierra día tras día, sino que son representados como
una casta inferior. Hombres sumidos en un mundo pobre, breve, brutal, sometido
a la violencia y que ha hecho de ellos personajes astutos e incluso egoístas.
Hombres que sabemos han matado a otros samuráis para robarles sus armas y
vestiduras, que esconden a las mujeres, ocultan sus tesoros, etc. En una una
parte del film vemos como Kikuchiyo descubre todo este doble juego que llevan a
cabo los campesinos y junto al resto de su equipo de guerreros se cuestiona si
realmente el puñado de comida y el techo que les cobija es razón suficiente
para arriesgar la vida por ellos.
Otra de los
temas que durante toda la película sobrevuela la mente de los personajes
protagonistas es el de la buena muerte. Una buena forma de morir es un ejemplo
para los que quedan en vida, y demuestra además que nuestras actividades dejan
una huella y una trascendencia profunda sobre nosotros mismos y el espacio
sobre el que vivimos.
Una de las
claves del éxito de los siete samuráis fueron sus llamativas escenas de batalla.
Sin embargo, el primer encontronazo con los bandidos no tiene lugar hasta la
primera hora y media de película, y es que durante todo ese tiempo anterior fue
necesaria una cuidada presentación de los protagonistas que favoreció y
encumbró dichas escenas de una manera majestuosa. La acción es en sí una escena turbulenta, que
se enfatiza también con la lluvia incesante que está teniendo lugar. Sabemos
que Japón es un lugar donde sobre todo en épocas de verano acusan
constantemente fuertes diluvios, pero Kurosawa hace de ellos una especie de
telón dramático que aporta más violencia a la acción. La inusual luminosidad de
la lluvia que se consigue en estas escenas, hace que se acabe generando una acción
que, más que realista, parezca extraída de un sueño, de una realidad onírica,
de una auténtica pesadilla.
Finalmente
la película acaba con la victoria de los samuráis frente a los bandidos. No
obstante, a través de Kanbei, el samurái sabio, se nos demuestra que una vez
más los realmente derrotados en esta batalla han sido los samuráis. Ahora que
la disputa ha llegado a su fin ya no hay sitio para ellos en el pueblo, su
única victoria ahora es poder volver a la incertidumbre de buscar nuevos
desafíos para sobrevivir.
En cuanto a
sus futuras influencias, cabe citar que la trama ha sido adaptada a multitud de
géneros. Muy pocos años después John Sturges estrenó Los siete magníficos (1960), cuya historia representa una similitud
total, llevada al terreno del western. También se ha llevado a la ciencia
ficción, en 1980 Jimmy T. Murakami rodó Los
siete magníficos del espacio. E incluso fue adaptada al terreno de los
dibujos animados, una de las películas más notables de la factoría Pixar
llamada Bichos (John Lassester, Andrew
Stanton, 1998) narra la misma acción llevada al mundo de los insectos y
seres diminutos.
Desde que
Kurosawa crease esta película, técnicas tales como el uso de varios cámaras
para rodar simultáneamente la misma acción, ralentizados, acelerados,
teleobjetivos, profundidad de campo, el uso de la música, el uso de la lluvia,
etc. han sido valorados e imitados por directores de todo el mundo. Gente como Steven
Spielberg, George Lucas, Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, Arthur Penn,
Sam Pekinpah, Sergio Leone, etc. han reconocido el magisterio absoluto de Akira
Kurosawa y de sus siete samuráis.
Análisis/Ensayo Yojimbo (1941, Akira Kurosawa)
Breve Sinopsis del argumento:
“En el siglo XIX, en un Japón todavía feudal, un
samurái llega a un poblado donde dos bandas de mercenarios luchan entre sí por
el control de un territorio. Muy pronto, el recién llegado da muestras de ser
un guerrero invencible, por lo que los jefes de las demás bandas intentan
contratar sus servicios.”
He dedicado parte del proceso de
investigación de este trabajo a analizar con detalle algunas de las películas de
Akira Kirosawa que considero especialmente interesantes. La primera de ellas es
Yojimbo, película recientemente licenciada en España por contracorrientefilms y
muy difícil de encontrar hasta entonces. La obra en cuestión narra las
aventuras de Sanjiro Kuwabatake, un samurái solitario, un guerrero errante, que
como ya explicaré más adelante, se encuentra especialmente sometido a las
fuerzas del destino.
La palabra japonesa empleada para
describir dicho estado civil y social es ronin,
un samurái sin un señor feudal al que servir, que presta su espada al mejor
postor imponiendo la justicia o la injusticia a conveniencia. Kurosawa perfila
a su protagonista como un personaje oscuro y cruel, ostensiblemente más
preocupado por ocultar sus habilidades con la espada que por hacer alarde de
ellas. No en vano, la preocupación por presentar al público personajes sombríos
y “cicatrizados” psicológicamente fue una de las características principales
que adquirió el cine japonés tras la segunda guerra mundial.
Desde la primera secuencia del film,
el director nos presenta a Sanjiro como un personaje vagabundo, una criatura
del camino. Podemos ver como despreocupadamente lanza un palo al aire para
dirigir su rumbo según la dirección de caída del mismo. Cabe destacar que dicha
acción parece tratarse de una convención característica del género de los
caballeros andantes y que practicaban muchos guerreros en los antiguos cantares
de gesta.
A priori todo hace pensar que Sanjiro
podría encajar perfectamente como miembro del equipo de guerreros que aúnan
fuerzas para proteger a un indefenso pueblo de campesinos en Los siete samuráis (1954). Y es que este
tipo de personaje nómada, independiente y superviviente llegó a ser bastante
recurrente en sus películas. Sin embargo, en un esfuerzo por desmarcarlo del
resto, percibimos como Sanjiro se trata de un samurái mucho más amoral y cínico
que los anteriores. Más que un justiciero es un aventurero del camino. Su
apariencia descuidada, sucia y propia de un hombre sin recursos genera la
impresión de un ser humano que no puede dedicarse a otra cosa más que a enfrentarse
a las adversidades que le plantee el destino. Quizá por detalles como estos el
protagonista de Yojimbo llegó a convertirse en uno de los personajes más reconocidos
y queridos del pueblo japonés. La película se erigió como el mayor éxito
económico de Kurosawa llevándole incluso a dirigir una segunda parte, Tsubaki
Sanjuro (1962), excepcional película y narrada con un frescor innato, además de
tratarse de una de las obras que mejor ha envejecido.
Yojimbo se
trata de una película perteneciente al género Chanbara (contracciones de las
onomatopeyas “chanchan” y “barabara”, correspondientes a los sonidos de las
espadas al chocar y de la carne al ser cortada respectivamente) y a su vez, al subgénero
de las Jidaigeki (Drama de época japonés), historias y conflictos entre
guerreros y bandidos. Podríamos establecer la equivalencia de dicho subgénero con el cine de capa y espada producido en
occidente. Ya que ahora no me interesa ahora continuar escribiendo sobre el
chanbara aparcaré el tema para una futura ocasión. En cambio, sí que me interesa
explicar como de alguna forma Kurosawa presenta un western llevado al mundo de
los samuráis. La década de los sesenta fue escenario de la producción de un sinfín de conocidos
westerns. Y precisamente Yojimbo se alzó como principal referencia para muchos
de ellos. Conocido es el caso del reconocido director Sergio Leone, quien sin
ningún tipo de pudor plagió el argumento de la película en la primera parte de
la famosa Triología del hombre sin nombre,
Por un puñado de Dólares (1964). Incluso
el personaje de Clint Eastwood se erigía con un calco descarado del propio
Sanjiro Kuwabatake. Y cuya partitura fue compuesta por el aclamado Ennio
Morricone (famoso por las bandas sonoras de ilustres spaghetti westerns como La muerte tenía un precio (1965) o El bueno, el feo y el malo (1966)) sobre
la original compuesta por Minoru Sato para Yojimbo.
Tan evidente era la similitud que el
propio Kurosawa presentó una denuncia que le llevó a obtener el quince por
ciento de la recaudación mundial de dicha película y que además le sirvió para
engrandecer su figura a nivel mundial.
Volviendo de nuevo al personaje de
Sanjiro, podemos observar cómo se trata de una persona que afronta los últimos
años de vida del bushido. Esto mismo también sucede en la famosa película El último samurái (2003) dirigida por Edward
Zwick y protagonizada por Tom Cruise. Dicho film es interesante porque todavía
nos permite seguir estableciendo algunas correlaciones. Por ejemplo, el miedo
de Japón por abrir sus puertas al mundo. En Yojimbo
nos damos cuenta de que el elemento más terrible y mortífero de la película
es una pistola procedente del exterior. Japón es un alma pura cuya la maldad
solo puede venir desde extranjero. Y como no podía ser de otra forma el
portador es un personaje corrompido, un
traidor, un bastardo que amenaza con destruir la seguridad y el bienestar del
pueblo nipón.
Una de las características que
personalmente considero más interesantes del personaje protagonista es su increíble talento para resolver
conflictos y, muy a su pesar, de devolver la justicia a su lugar de origen.
Aunque Sanjiro únicamente se ocupa de realizar su trabajo de la mejor manera
posible, claramente vemos cómo se irrita cada vez que alguien le da las gracias
por ello. Le disgusta verse reconocido. Él no desea ayudar a nadie,
sencillamente cumple con su trabajo. Es un personaje solitario, oscuro y cruel.
Yojimbo además
fue un film capaz de predecir lo que iba a suceder en el futuro. Kurosawa se
anticipa holgadamente a películas como Kill Bill, donde también se muestra a un
diestro espadachín, capaz de predecir las acometidas de sus adversarios y salir
siempre victorioso, incluso batiéndose contra decenas de enemigos. Tarantino,
al igual que muchos otros, no hace sino volver a jugar con la idea de el
personaje oscuro, sombrío y cínico de Kurosawa.
Y para concluir, citar otra de las
mejores escenas de la película. Cuando el protagonista se sube a lo alto de un
campanario para visualizar el enfrentamiento entre los dos bandos confrontados
por contratar sus servicios. El personaje se dispone como una especie de dios
que contempla la acción, así como un deus
ex machina, o un demiurgo que
deja que los dos bandos se destruyan entre sí para actuar en favor de aquel que
mejor beneficiado resulte de la acción. Y es que el film cuenta con una increíble
dirección de fotografía a manos de Kazuo Miyagawa. Famoso director que ya
anteriormente trabajó con el maestro Kurosawa en Rashomon (1950).
Suscribirse a:
Entradas (Atom)