jueves, 23 de abril de 2015

Guía para ver y analizar: Los siete samuráis. Akira Kurosawa (1954).

A través de google books tenemos acceso a algunas de las páginas del interesante libro escrito por Antonio Joaquín González Gonzalo Guía para ver y analizar: Los siete samuráis. Akira Kurosawa (1954). A falta de hacerme con el libro completo, los capítulos disponibles incluyen curiosas anécdotas relacionadas con el film y anécdotas sobre su creación. Aquí dejo la dirección al enlace.


jueves, 16 de abril de 2015

Kendo: El legado del samurái.

El Kendo es un arte marcial japonés considerado heredero del estilo de combate de muchas escuelas de esgrima clásica japonesa. En ellas se entrenaban los famosos guerreros samuráis en el arte de la espada o Kenjutsu. Con el fin de investigar su enfoque y tratamiento en el terreno audiovisual recopilo aquí una serie de documentales y vídeos sobre dicha disciplina.
                                        

martes, 14 de abril de 2015

Guía para ver y analizar : Los siete samurais. Akira Kurosawa (1954).

Escrito por Antonio Joaquín Gonzalez Gonzalo, se pueden leer fragmentos del mismo en este Enlace a google books.

El movimiento de cámara del maestro Kurosawa

El videoensatista Tony Zhou analiza se encarga de analizar en ocho minutos los tipos de movimiento más relevantes en sus películas. Además, incorpora breves entrevistas con Sidney Lumet, Robert Altman y Paul Verhoeven. 

domingo, 12 de abril de 2015

Naomi Kawase

Investigando algunos de los trabajos de Naomi Kawase, directora nipona principalmente reconocida por sus obras de corte documental, se puede ver cómo trabaja la idea de lo cotidiano desde una perspectiva puramente japonesa. La relevancia del sonido ambiente se combina a veces con voces en off que, como sucede en Katatsumori (pieza que se centra en la relación con su tía abuela, encargada de criarla tras el abandono de su padre cuando todavía era una niña) acaba por generar piezas cargadas de nostalgia que al contrario que Yasujiro Ozu rueda con cámara en mano.





Ran

Ran (1985, Akira Kurosawa)


Breve sinópsis:

“El gran señor Hidetora Ichimonji siente que ya tiene la suficiente edad como para ceder su trono y parte de sus posesiones a sus tres hijos, Taro, Jiro y Saburo.  A partir de este momento lo único que desea es vivir como un honorable invitado en los castillos de cada uno de sus vástagos, a quienes pretende visitar uno a uno. Mientras los dos hijos mayores celebran la decisión paterna, el más joven intenta advertir del peligro que supondrá repartir el poder para la unión de sus tierras en el futuro, y su actitud empuja a su padre a repudiarlo. Sin embargo, al final las palabras del hijo más joven se hacen realidad, cuando los dos hijos mayores intentan robarle a su padre todas sus pertenencias, para luego acabar con él. En adelante, el Gran Señor sufre un gran deterioro psíquico que casi le conduce a la locura y que hace que su hijo más joven intervenga en su favor, demostrándole de ese modo su lealtad…”

Akira Kurosawa llevaba muchos años intentado realizar Ran, desgraciadamente su país había caído en desgracia y la mala fortuna le acompañaba tras el fracaso en taquilla de Dodeskaden (1970, Akira Kurosawa), la primera película a color del director que narraba las desventuras de un grupo de vecinos de los barrios bajos de Tokio, que usan la imaginación para enfrentarse al desolador panorama de miseria y alcoholismo en el que viven. Ni siquiera la popularidad de El cazador (Dersu Uzala, 1975, Akira Kurosawa) consiguió que los productores japoneses quisieran invertir dinero en sus proyectos. De igual modo, el elevado nivel de majestuosidad y espectacularidad que terminaba por exigir conllevaba consigo elevados costes de producción. Sin ir más lejos, en Ran fue necesaria la construcción de un castillo clásico japonés para rodaje de una única escena en la que debía consumirse a cenizas. El hecho de que otro de sus films, Kagemusha (1980, Akira Kurosawa) resultó no alcanzar todo el éxito esperado pese a la colaboración con Francis Ford Coppola y George Lucas, le complicó aún más el camino para desarrollar Ran. Y es que, tras la producción de este ansiado film, sería Steven Spielberg quien le ayudaría a realizar Los sueños (1990, Akira Kurosawa), antes de volver a presupuestos más modestos, que sin embargo no le impidieron rodar películas como Rapsodia de agosto (1991, Akira Kurosawa), para la que contó con un cameo del actor Richard Gere.

El cineasta japonés tenía setenta y tres años justo cuando se disponía a dirigir Ran, y ya era mucho más popular en Europa que en Asia, quizás sea eso lo que explique que casi todas sus últimas películas fuesen coproducciones apoyadas por capital extranjero. Para realizar Ran, necesitó el apoyo de Serge Silberman, el productor de casi todas las películas de la etapa francesa de Luis Buñuel. Y el resultado fue, según confesión del propio director japonés, el  mayor triunfo artístico de su carrera, su obra cumbre.

Si en Trono de Sangre vimos como Kurosawa jugaba con la relación de fugacidad propia del teatro Noh, en Ran pidió a los actores que, para desplegar los complejos lazos familiares que acontecen en el film, ofreciesen interpretaciones poco naturales que se ajustaran en mayor medida a las técnicas propias del teatro Kabuki. Un teatro que resulta mucho menos dramático de forma inmediata pero mucho más doloroso cuando una escena se carga de dramatismo. No obstante, la película está llena de la grandeza que caracteriza los trabajos de William Shakespeare, en los que los personajes nunca son simples estereotipos y siempre desvelan profundas contradicciones.


Resulta evidente que si la película de Kurosawa está hecha, sino para ser una obra maestra incontestable, al menos para llevar impresas las señas de una obra maestra. El derroche a lo largo de su montaje es obvio, apreciamos como los elementos ornamentales han sido elegidos con primor: la luz, los colores, y la proporción son irreprochables;  los movimientos recuerdan una brillante coreografía; los ecos Shakesperianos de la historia; entre los intérpretes hay grandes estrellas del cine japonés (Tatsuya Nakadai, Akira Terao, Yoshiko Miyazaki, etc.); la abrumadora espectacularidad durante las batallas… Un sinfín de detalles que no hacen sino encumbrar en lo más alto una de las producciones más sobresalientes de la historias del cine.


jueves, 9 de abril de 2015

El ritmo de Yasujiro Ozu

Continuando con el proceso de investigación y una vez adentrados en el cine clásico japonés  es imposible no citar a Yasujiro ozú. Su obra Cuentos de Tokio (1953) ocupa la primera posición en el ranking de mejores películas de todos los tiempos de la prestigiosa Kinema Jumpo (revista de cine nipón).Reconocido y aclamado por su gramática cinematográfica quiero mostrar un pequeño extracto de la película Buenos días (1959). Ni un solo movimiento de cámara, ni un solo primer plano y un tempo que fluye perfectamente bien.


Análisis/Ensayo Trono de Sangre (1957, Akira Kurosawa)

Trono de Sangre (1957, Akira Kurosawa):


Breve sinopsis del argumento:

“Tras sofocar un rebelión, el feroz y victorioso guerrero Taketoki Washizu acude a recibir los honores de su clan. Le acompaña el valeroso samurái Miki. En el camino se topan con el espíritu del bosque, que desvela a Washizu su destino: Primero será Señor de la Mansión de Occidente y, después, General. Pero su estirpe perecerá con él. Miki, por su parte, sufrirá una muerte violenta pero su hijo llegará a gobernar el feudo. Las profecías del espectro se van cumpliendo punto por punto.”

Puestos a comentar la obra, ésta comienza  con los sucesivos planos de un castillo en ruinas que se oculta bajo una densa neblina. La acción se acompaña con el triste canto de unos monjes  que anticipan en buena medida el tema de la película con la siguiente frase “El camino del mal es el camino de la perdición”. Evidentemente, se trata una tragedia. Y es que Kurosawa deja bien claro que, debido a la ambición suprema, los actos malvados conducirán al hombre a la perdición y la destrucción.

En esta película el director se encargó de adaptar al terreno audiovisual el clásico de William Shakespeare Macbeth. Tal era su pasión por la obra del dramaturgo anglosajón que en 1985 adaptaría de igual modo El rey Lear en su archiconocida Ran (1985) consiguiendo que ambas películas se ganasen el reconocimiento como las mejores adaptaciones cinematográficas de dichas obras.

Al contrario que sucede en obras como Yojimbo o Los siete samuráis, cuyos protagonistas son samuráis vagabundos y empobrecidos, aquí nos encontramos en el terreno de los grandes señores feudales o damiyos. La historia tiene lugar en el siglo XVI, época dónde los distintos Damyos (señores feudales) se disputaban continuamente el dominio territorial para finalmente conseguir la unificación del país.

Una de las particularidades del film, es la impecable traducción que hace Kurosawa del mundo dramático de Shakespeare a un entorno completamente japonés y especialmente vinculado al teatro Noh. Crea pues una perfecta amalgama entre el teatro clásico isabelino y el teatro clásico japonés. Y lo cierto es que el resultado se combina muy bien, el teatro japonés Noh es también trágico, grave y en el que se ilustran todas las ambiciones y codicias del ser humano. Además, ante todo, el teatro Noh se caracteriza por ser el teatro de la fugacidad. Todo es frágil, nada es permanente, todo es pasajero, idea que sobrevuela la película desde el comiezo.

Otra particularidad más es la presencia de lo sobrenatural en la historia. Kurosawa reduce el trió de brujas que anuncian el destino de Macbeh a un único espectro, el espíritu del bosque. Y es que la importancia visual del bosque en esta película es notable. Al igual que también sucede en Rashomon o Dersu Uzala, es un laberinto en el que lo personajes se pierden, donde acaban completamente confundidos y terminan enfrentándose a su némesis. De igual modo es muy curiosa la iconografía con la que aparece representado dicho espíritu, que responde también a las convenciones del teatro Noh. Es muy atractivo el momento en el que éste aparece rulando la rueda de la fortuna, una rueca que simboliza la misma rueda de la vida, que además también guarda relación con las mitológicas parcas griegas que tejen y manipulan el hilo de la vida. Kurosawa refleja en este espíritu la idea de la fatalidad.

Respecto a la importancia del bosque, Japón ha sido siempre un país especialmente vinculado a la naturaleza y muy agradecido a ella por el suministro de alimentos tan básicos para su cultura como el arroz. Esto les ha llevado a dotarlo de una figura o alma a la que poder venerar. Años más tarde, el reconocido director de animación Hayao Miyazaki, también presentará en su película La princesa Mononoke (1997) un espíritu del bosque como una criatura similar a un ciervo que constituye una mezcla de todos los animales que habitan en él.

Como decía anteriormente la película enfatiza continuamente el sentimiento de que todo es pasajero, un memento mori que nos recuerda que nada en esta vida es permanente. Sin ir más lejos, la propia cabaña donde se persona el espíritu del bosque surge de entre la espesura y presenta a sus pies los cadáveres de valerosos guerreros con sus espadas que, aun creyéndose invencibles en sus tiempos de gloria, ahora no son más que un pila de desechos bañados en polvo. Incluso se podrían establecer correlaciones con algunas de las pinturas españolas del siglo XVII, como por ejemplo con este In Icto Oculi de Valdés Leal. El esqueleto permanece en pie con todas las riquezas humanas a sus pies. Una metáfora pura y dura de la fugacidad y la fragilidad de la vida.

Finalmente, y como comentaba al inicio, Kurosawa consigue adaptar de manera brillante el clásico de Macbeth. Y buena parte de su secreto fue el evitar copiar literalmente el argumento original y tratar de orientalizar su historia. El director se preocupó especialmente por destilar la obra de William Shakespeare y llevarla a su propio territorio. Creó una obra esencialmente japonesa pero, al mismo tiempo, absolutamente universal.
 
In icto Oculi. Valdés Leal


Análisis/Ensayo Los siete samuráis (1954, Akira Kurosawa).

Los siete samuráis (1954, Akira Kurosawa).

Breve sinopsis del argumento:




“Japón, siglo XVI. Una aldea de campesinos indefensos es repentinamente atacada y saqueada por una banda de forajidos. Aconsejados por el anciano del pueblo, acuden a la ciudad con el objetivo de contratar a un grupo de mercenarios que asegure su protección. A pesar de que el único salario es comida y techo, varios samuráis se van incorporando al singular grupo de siete que finalmente se dirige a la aldea para protegerla.”

Esta obra fue increíblemente conocida durante la época de su estreno. Se convirtió en un auténtico éxito de taquilla en Japón y, a pesar de sus los costosos gastos de producción y del largo tiempo que requirió el rodaje completo (cerca de un año aproximadamente), la película logró recaudar holgadamente todo el dinero y generó una gran cantidad de beneficios. Además, fue un film  muy bien recibido por la crítica. Llegó a obtener la tercera posición en el palmarés del Kinema Junpo de aquel año (Prestigiosa revista de cine nipón). En cualquier caso, el film se ha afianzado como una de las obras maestras fundamentales de la filmografía de Akira Kurosawa.

En cuanta a la trama, podemos apreciar que no se trata de una historia especialmente rebuscada, sino de todo lo contrario, bastante sencilla. Y que a priori no justifica los más de doscientos minutos que componen la obra. Kurosawa no se preocupó de crear tan solo un simple Jidaigeki (drama de época), o lo que es lo mismo, un gran espectáculo lleno de acción, aventuras y batallas. El cineasta mostró un especial interés por la construcción de una serie de personajes que armasen el film. Como bien dice el título, la historia gira en torno a siete samuráis, siete figuras muy bien trabajadas individualmente y cuyas relación formal dentro de la ficción también está muy elaborada. En este sentido, tanto Kurosawa como su equipo de guionistas, se esforzaron sobremanera por dotar a cada uno de ellos de una entidad, una corporeidad humana que resultase creíble al espectador. Así uno de los puntos fuertes de la película es el rico trenzado de relaciones entre los definidos personajes, que a su vez también se vinculan con los campesinos e incluso con el malvado grupo de bandidos.

La película presenta varias singularidades. La primera de ellas se encuentra  en el propio título Los siete samuráis (shichi-nin no samurai). Siendo estrictos, cada uno de los protagonistas que aparecen en este relato realmente son lo que los japoneses calificarían como ronin, un samurái vagabundo sin señor feudal al que servir. Hombres empobrecidos y de una clase baja que prestan su talento con la espada al mejor postor. Sin embargo, como ya he mencionado, la película los reconoce como samuráis, y es que durante la toda la ficción asumen ese rol. De principio a fin van a hacer propio el sentido de la justicia de un samurái, el sentido del honor, el sentido del deber, el sentido de la entrega y la excelencia propio de dichos guerreros.

El famoso Toshiro Mifune se trató siempre del actor fetiche de Kurosawa. Especialmente en estos años  el artista atravesaba uno de los momentos más álgidos de su carrera, se encontraba en un auténtico estado de gracia. Todo esto y mucho más le llevaron a encarnar al personaje de Kikuchiyo, el protagonista de la historia. Personaje que, pese a todo el drama y gravedad que acusa la película, brota del camino para aportar el contrapunto cómico, o mejor dicho tragicómico a la escena. Él solo se encarga de insuflar a la obra esa necesaria compensación cómica. Kikuchiyo se erige como un personaje libre, cínico incluso amoral, que durante la mayor parte del film ve como sus compañeros le rechazan una y otra vez. Llama la atención como siempre se encuentra exteriorizando sus emociones y haciendo aspavientos además de mostrarse especialmente crítico con los campesinos. En este sentido se llega incluso a recuperar la figura clásica del bufón, literalmente tomada de Shakespeare, que Kurosawa volverá a retomar y a trabajar más específicamente en Ran (1985). Todo esto se encarga también de que los personajes principales adquieran una necesaria templanza. Templanza capaz de humanizar la gravedad de la situación y de dotar de un aire más jocoso y más próximo a la cotidianeidad real.

Como bien he dicho anteriormente, pese a que los personajes principales no podrían considerarse oficialmente como samuráis sí que asumen dicho rol durante film. De igual modo los indefensos campesinos asumen virtualmente el papel de poderoso señor feudal que da cobijo y ofrece parte de sus beneficios a sus guerreros. Kurosawa se encarga aquí de realizar una radiografía muy curiosa de la figura del campesino. No se trata de personajes inocentes y puros que despreocupadamente labran la tierra día tras día, sino que son representados como una casta inferior. Hombres sumidos en un mundo pobre, breve, brutal, sometido a la violencia y que ha hecho de ellos personajes astutos e incluso egoístas. Hombres que sabemos han matado a otros samuráis para robarles sus armas y vestiduras, que esconden a las mujeres, ocultan sus tesoros, etc. En una una parte del film vemos como Kikuchiyo descubre todo este doble juego que llevan a cabo los campesinos y junto al resto de su equipo de guerreros se cuestiona si realmente el puñado de comida y el techo que les cobija es razón suficiente para arriesgar la vida por ellos.

Otra de los temas que durante toda la película sobrevuela la mente de los personajes protagonistas es el de la buena muerte. Una buena forma de morir es un ejemplo para los que quedan en vida, y demuestra además que nuestras actividades dejan una huella y una trascendencia profunda sobre nosotros mismos y el espacio sobre el que vivimos.

Una de las claves del éxito de los siete samuráis fueron sus llamativas escenas de batalla. Sin embargo, el primer encontronazo con los bandidos no tiene lugar hasta la primera hora y media de película, y es que durante todo ese tiempo anterior fue necesaria una cuidada presentación de los protagonistas que favoreció y encumbró dichas escenas de una manera majestuosa.  La acción es en sí una escena turbulenta, que se enfatiza también con la lluvia incesante que está teniendo lugar. Sabemos que Japón es un lugar donde sobre todo en épocas de verano acusan constantemente fuertes diluvios, pero Kurosawa hace de ellos una especie de telón dramático que aporta más violencia a la acción. La inusual luminosidad de la lluvia que se consigue en estas escenas, hace que se acabe generando una acción que, más que realista, parezca extraída de un sueño, de una realidad onírica, de una auténtica pesadilla.

Finalmente la película acaba con la victoria de los samuráis frente a los bandidos. No obstante, a través de Kanbei, el samurái sabio, se nos demuestra que una vez más los realmente derrotados en esta batalla han sido los samuráis. Ahora que la disputa ha llegado a su fin ya no hay sitio para ellos en el pueblo, su única victoria ahora es poder volver a la incertidumbre de buscar nuevos desafíos para sobrevivir.
En cuanto a sus futuras influencias, cabe citar que la trama ha sido adaptada a multitud de géneros. Muy pocos años después John Sturges estrenó Los siete magníficos (1960), cuya historia representa una similitud total, llevada al terreno del western. También se ha llevado a la ciencia ficción, en 1980 Jimmy T. Murakami rodó Los siete magníficos del espacio. E incluso fue adaptada al terreno de los dibujos animados, una de las películas más notables de la factoría Pixar llamada Bichos (John Lassester, Andrew Stanton, 1998) narra la misma acción llevada al mundo de los insectos y seres diminutos.

Desde que Kurosawa crease esta película, técnicas tales como el uso de varios cámaras para rodar simultáneamente la misma acción, ralentizados, acelerados, teleobjetivos, profundidad de campo, el uso de la música, el uso de la lluvia, etc. han sido valorados e imitados por directores de todo el mundo. Gente como Steven Spielberg, George Lucas, Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, Arthur Penn, Sam Pekinpah, Sergio Leone, etc. han reconocido el magisterio absoluto de Akira Kurosawa y de sus siete samuráis. 

Análisis/Ensayo Yojimbo (1941, Akira Kurosawa)

Yojimbo (1941, Akira Kurosawa)



Breve Sinopsis del argumento:

“En el siglo XIX, en un Japón todavía feudal, un samurái llega a un poblado donde dos bandas de mercenarios luchan entre sí por el control de un territorio. Muy pronto, el recién llegado da muestras de ser un guerrero invencible, por lo que los jefes de las demás bandas intentan contratar sus servicios.”

He dedicado parte del proceso de investigación de este trabajo a analizar con detalle algunas de las películas de Akira Kirosawa que considero especialmente interesantes. La primera de ellas es Yojimbo, película recientemente licenciada en España por contracorrientefilms y muy difícil de encontrar hasta entonces. La obra en cuestión narra las aventuras de Sanjiro Kuwabatake, un samurái solitario, un guerrero errante, que como ya explicaré más adelante, se encuentra especialmente sometido a las fuerzas del destino.

La palabra japonesa empleada para describir dicho estado civil y social es ronin, un samurái sin un señor feudal al que servir, que presta su espada al mejor postor imponiendo la justicia o la injusticia a conveniencia. Kurosawa perfila a su protagonista como un personaje oscuro y cruel, ostensiblemente más preocupado por ocultar sus habilidades con la espada que por hacer alarde de ellas. No en vano, la preocupación por presentar al público personajes sombríos y “cicatrizados” psicológicamente fue una de las características principales que adquirió el cine japonés tras la segunda guerra mundial.

Desde la primera secuencia del film, el director nos presenta a Sanjiro como un personaje vagabundo, una criatura del camino. Podemos ver como despreocupadamente lanza un palo al aire para dirigir su rumbo según la dirección de caída del mismo. Cabe destacar que dicha acción parece tratarse de una convención característica del género de los caballeros andantes y que practicaban muchos guerreros en los antiguos cantares de gesta.

A priori todo hace pensar que Sanjiro podría encajar perfectamente como miembro del equipo de guerreros que aúnan fuerzas para proteger a un indefenso pueblo de campesinos en Los siete samuráis (1954). Y es que este tipo de personaje nómada, independiente y superviviente llegó a ser bastante recurrente en sus películas. Sin embargo, en un esfuerzo por desmarcarlo del resto, percibimos como Sanjiro se trata de un samurái mucho más amoral y cínico que los anteriores. Más que un justiciero es un aventurero del camino. Su apariencia descuidada, sucia y propia de un hombre sin recursos genera la impresión de un ser humano que no puede dedicarse a otra cosa más que a enfrentarse a las adversidades que le plantee el destino. Quizá por detalles como estos el protagonista de Yojimbo llegó a convertirse en uno de los personajes más reconocidos y queridos del pueblo japonés. La película se erigió como el mayor éxito económico de Kurosawa llevándole incluso a dirigir una segunda parte, Tsubaki Sanjuro (1962), excepcional película y narrada con un frescor innato, además de tratarse de una de las obras que mejor ha envejecido.

Yojimbo se trata de una película perteneciente al género Chanbara (contracciones de las onomatopeyas “chanchan” y “barabara”, correspondientes a los sonidos de las espadas al chocar y de la carne al ser cortada respectivamente) y a su vez, al subgénero de las Jidaigeki (Drama de época japonés), historias y conflictos entre guerreros y bandidos. Podríamos establecer la equivalencia de dicho subgénero  con el cine de capa y espada producido en occidente. Ya que ahora no me interesa ahora continuar escribiendo sobre el chanbara aparcaré el tema para una futura ocasión. En cambio, sí que me interesa explicar como de alguna forma Kurosawa presenta un western llevado al mundo de los samuráis. La década de los sesenta fue escenario de la  producción de un sinfín de conocidos westerns. Y precisamente Yojimbo se alzó como principal referencia para muchos de ellos. Conocido es el caso del reconocido director Sergio Leone, quien sin ningún tipo de pudor plagió el argumento de la película en la primera parte de la famosa Triología del hombre sin nombre, Por un puñado de Dólares (1964). Incluso el personaje de Clint Eastwood se erigía con un calco descarado del propio Sanjiro Kuwabatake. Y cuya partitura fue compuesta por el aclamado Ennio Morricone (famoso por las bandas sonoras de ilustres spaghetti westerns como La muerte tenía un precio (1965) o El bueno, el feo y el malo (1966)) sobre la original compuesta por Minoru Sato para Yojimbo.

Tan evidente era la similitud que el propio Kurosawa presentó una denuncia que le llevó a obtener el quince por ciento de la recaudación mundial de dicha película y que además le sirvió para engrandecer su figura a nivel mundial.

Volviendo de nuevo al personaje de Sanjiro, podemos observar cómo se trata de una persona que afronta los últimos años de vida del bushido. Esto mismo también sucede en la famosa película El último samurái (2003) dirigida por Edward Zwick y protagonizada por Tom Cruise. Dicho film es interesante porque todavía nos permite seguir estableciendo algunas correlaciones. Por ejemplo, el miedo de Japón por abrir sus puertas al mundo. En Yojimbo nos damos cuenta de que el elemento más terrible y mortífero de la película es una pistola procedente del exterior. Japón es un alma pura cuya la maldad solo puede venir desde extranjero. Y como no podía ser de otra forma el portador es un  personaje corrompido, un traidor, un bastardo que amenaza con destruir la seguridad y el bienestar del pueblo nipón.
Una de las características que personalmente considero más interesantes del personaje protagonista  es su increíble talento para resolver conflictos y, muy a su pesar, de devolver la justicia a su lugar de origen. Aunque Sanjiro únicamente se ocupa de realizar su trabajo de la mejor manera posible, claramente vemos cómo se irrita cada vez que alguien le da las gracias por ello. Le disgusta verse reconocido. Él no desea ayudar a nadie, sencillamente cumple con su trabajo. Es un personaje solitario, oscuro y cruel.
Yojimbo además fue un film capaz de predecir lo que iba a suceder en el futuro. Kurosawa se anticipa holgadamente a películas como Kill Bill, donde también se muestra a un diestro espadachín, capaz de predecir las acometidas de sus adversarios y salir siempre victorioso, incluso batiéndose contra decenas de enemigos. Tarantino, al igual que muchos otros, no hace sino volver a jugar con la idea de el personaje oscuro, sombrío y cínico de Kurosawa.

Y para concluir, citar otra de las mejores escenas de la película. Cuando el protagonista se sube a lo alto de un campanario para visualizar el enfrentamiento entre los dos bandos confrontados por contratar sus servicios. El personaje se dispone como una especie de dios que contempla la acción, así como un deus ex machina, o un demiurgo que deja que los dos bandos se destruyan entre sí para actuar en favor de aquel que mejor beneficiado resulte de la acción. Y es que el film cuenta con una increíble dirección de fotografía a manos de Kazuo Miyagawa. Famoso director que ya anteriormente trabajó con el maestro Kurosawa en Rashomon (1950).