jueves, 9 de abril de 2015

Análisis/Ensayo Trono de Sangre (1957, Akira Kurosawa)

Trono de Sangre (1957, Akira Kurosawa):


Breve sinopsis del argumento:

“Tras sofocar un rebelión, el feroz y victorioso guerrero Taketoki Washizu acude a recibir los honores de su clan. Le acompaña el valeroso samurái Miki. En el camino se topan con el espíritu del bosque, que desvela a Washizu su destino: Primero será Señor de la Mansión de Occidente y, después, General. Pero su estirpe perecerá con él. Miki, por su parte, sufrirá una muerte violenta pero su hijo llegará a gobernar el feudo. Las profecías del espectro se van cumpliendo punto por punto.”

Puestos a comentar la obra, ésta comienza  con los sucesivos planos de un castillo en ruinas que se oculta bajo una densa neblina. La acción se acompaña con el triste canto de unos monjes  que anticipan en buena medida el tema de la película con la siguiente frase “El camino del mal es el camino de la perdición”. Evidentemente, se trata una tragedia. Y es que Kurosawa deja bien claro que, debido a la ambición suprema, los actos malvados conducirán al hombre a la perdición y la destrucción.

En esta película el director se encargó de adaptar al terreno audiovisual el clásico de William Shakespeare Macbeth. Tal era su pasión por la obra del dramaturgo anglosajón que en 1985 adaptaría de igual modo El rey Lear en su archiconocida Ran (1985) consiguiendo que ambas películas se ganasen el reconocimiento como las mejores adaptaciones cinematográficas de dichas obras.

Al contrario que sucede en obras como Yojimbo o Los siete samuráis, cuyos protagonistas son samuráis vagabundos y empobrecidos, aquí nos encontramos en el terreno de los grandes señores feudales o damiyos. La historia tiene lugar en el siglo XVI, época dónde los distintos Damyos (señores feudales) se disputaban continuamente el dominio territorial para finalmente conseguir la unificación del país.

Una de las particularidades del film, es la impecable traducción que hace Kurosawa del mundo dramático de Shakespeare a un entorno completamente japonés y especialmente vinculado al teatro Noh. Crea pues una perfecta amalgama entre el teatro clásico isabelino y el teatro clásico japonés. Y lo cierto es que el resultado se combina muy bien, el teatro japonés Noh es también trágico, grave y en el que se ilustran todas las ambiciones y codicias del ser humano. Además, ante todo, el teatro Noh se caracteriza por ser el teatro de la fugacidad. Todo es frágil, nada es permanente, todo es pasajero, idea que sobrevuela la película desde el comiezo.

Otra particularidad más es la presencia de lo sobrenatural en la historia. Kurosawa reduce el trió de brujas que anuncian el destino de Macbeh a un único espectro, el espíritu del bosque. Y es que la importancia visual del bosque en esta película es notable. Al igual que también sucede en Rashomon o Dersu Uzala, es un laberinto en el que lo personajes se pierden, donde acaban completamente confundidos y terminan enfrentándose a su némesis. De igual modo es muy curiosa la iconografía con la que aparece representado dicho espíritu, que responde también a las convenciones del teatro Noh. Es muy atractivo el momento en el que éste aparece rulando la rueda de la fortuna, una rueca que simboliza la misma rueda de la vida, que además también guarda relación con las mitológicas parcas griegas que tejen y manipulan el hilo de la vida. Kurosawa refleja en este espíritu la idea de la fatalidad.

Respecto a la importancia del bosque, Japón ha sido siempre un país especialmente vinculado a la naturaleza y muy agradecido a ella por el suministro de alimentos tan básicos para su cultura como el arroz. Esto les ha llevado a dotarlo de una figura o alma a la que poder venerar. Años más tarde, el reconocido director de animación Hayao Miyazaki, también presentará en su película La princesa Mononoke (1997) un espíritu del bosque como una criatura similar a un ciervo que constituye una mezcla de todos los animales que habitan en él.

Como decía anteriormente la película enfatiza continuamente el sentimiento de que todo es pasajero, un memento mori que nos recuerda que nada en esta vida es permanente. Sin ir más lejos, la propia cabaña donde se persona el espíritu del bosque surge de entre la espesura y presenta a sus pies los cadáveres de valerosos guerreros con sus espadas que, aun creyéndose invencibles en sus tiempos de gloria, ahora no son más que un pila de desechos bañados en polvo. Incluso se podrían establecer correlaciones con algunas de las pinturas españolas del siglo XVII, como por ejemplo con este In Icto Oculi de Valdés Leal. El esqueleto permanece en pie con todas las riquezas humanas a sus pies. Una metáfora pura y dura de la fugacidad y la fragilidad de la vida.

Finalmente, y como comentaba al inicio, Kurosawa consigue adaptar de manera brillante el clásico de Macbeth. Y buena parte de su secreto fue el evitar copiar literalmente el argumento original y tratar de orientalizar su historia. El director se preocupó especialmente por destilar la obra de William Shakespeare y llevarla a su propio territorio. Creó una obra esencialmente japonesa pero, al mismo tiempo, absolutamente universal.
 
In icto Oculi. Valdés Leal


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